Por Karina Elián Salinas
Dentro del mundo de la poesía existen autores como Amado Nervo, Pablo Neruda y Mario Benedetti, cuyos poemas fueron inspirados en sus recurrentes musas… “las mujeres” ¿Pero qué sucede cuando ésas musas deciden tomar la pluma y plasmar sus propias obras?
En ésta ocasión recordaremos a una de ésas escritoras cuyo talento quedó inmerso en la poesía, la uruguaya “Juana de Ibarbourou”.
Desde su juventud comenzó publicando sus poemas bajo el seudónimo de “Juanita de Ybar”, los cuales fueron compilados en el que fuera su primer libro titulado “Lenguas de Diamante”, en 1919.
La primera etapa de su obra se encuadra en temas relacionados con la maternidad, la naturaleza y la belleza, los cuales eran expresados con un toque positivo y esperanzador, otorgándole reconocimiento internacional.
La segunda etapa se tornó un poco más reflexiva y melancólica, hecho que se especula se debía a que en ese tiempo la autora se encontraba enferma y tal vez el presentimiento de su muerte la hizo escribir poemas como “Pérdida” en 1950 y “La pasajera” en 1967, adentrándose a la vez en una etapa vanguardista.
Juana de Ibarbourou logró convertirse en un símbolo de la poesía uruguaya y latinoamericana, llevándola a ser proclamada en el “Palacio Legislativo de Uruguay” como “Juana de América”.
Fue designada para presidir la “Sociedad Uruguaya de Escritores” en 1950, y nueve años después recibió “El Premio Nacional de Literatura”, el cual era otorgado por primera vez.
Las dos etapas de la trayectoria de la escritora, (aunque fueron marcadas por una fuerte alegría en la primera y una inmensa melancolía en la siguiente), se distinguieron por expresar de manera sencilla cada obra, capaz de ser interpretada por el público en general.
Así como “Juana de América”, logró con sus poemas una gran conexión con los lectores, existen además infinidad de poetisas que impregnaron cada verso con belleza y sutilidad, marcando un referente dentro de la lírica femenina.