Muchos de los genios de las letras que conocemos fueron expertos o fanáticos de algún deporte, pero ya sea por decisión propia o por los altibajos de la vida misma dejaron a un lado esa pasión por adentrarse de lleno dentro del mundo de la literatura.
Uno de ellos es el escritor estadounidense “Ernest Hemingway”, quien afirmó en varias ocasiones que su amor por estar en el ring era mucho más fuerte que su propia dedicación a la narrativa.
Pero ¿cómo fue este recorrido por los deportes?
Resulta impactante saber que el autor de “El viejo y el mar”, mantuvo una fuerte conexión con el boxeo, pero además desde sus años en la escuela practicó deportes como atletismo, waterpolo y fútbol americano.
A lo largo de su vida y, sobre todo, durante sus estancias en Cuba y en España, el escritor norteamericano alternó su obra literaria con la práctica de diferentes deportes.
UNA AFICIÓN DEPORTIVA SIN LÍMITES
Como sabemos la personalidad de Hemingway era determinante, no se conformaba, por ello su paso en el mundo deportivo sería igual de trascendente que su camino por la escritura. Fue, entre otros deportes, boxeador, tirador deportivo, pescador y fanático del jai-alai o pelota vasca. En Cuba, hizo amistades con personalidades como los púgiles Kid Tunero (Evelio Mustelier), su propio masajista Kid Agustín (Mario Sánchez Cruz) y el entrenador Zahonet Deulofeu, entre otros.
De hecho, una de sus famosas frases fue: “Sólo existen tres deportes: el toreo, las carreras de coches y el montañismo. El resto son simples juegos”.
Pese a que no incluyó en esa cita el boxeo como deporte, en otra ocasión dijo: “mi escritura no es nada, mi boxeo es todo”.
Era un gran practicante: disfrutaba de lanzar golpes, de mantener peleas callejeras o de al menos hacer sparring con algún famoso boxeador del momento.
Y no se conformaba sólo con eso, sino que incluso retaba a escritores de su época. Se batió, entre otros, con John Dos Passos, Joan Miró y Moerly Callaghan. Es decir, todo en él era pelea, batalla, su estilo de escritura se llenaba de golpes violentos, como los que daba en aquellos rings improvisados. De entre su magna obra literaria destacamos el libro “París era una fiesta”, precisamente dedicado al boxeo.